"Lobos y Ovejas": 20 años de un clásico de los años sesenta
Antonio Skarmeta
2016
Revista Chilena de Literatura
1976, cuando se publicó por primera vez con el sello de Galería Paulina Waugh, el crítico Ignacio Valente escribió: "Este notable libro parece ser su primera obra, a pesar de lo cual exhibe un lenguaje sumamente seguro y propio, sin vacilaciones, y una extraña madurez psicológica para indagar la hondura y sobre todo la contradicción de los sentimientos humanos". Es esto lo que más adelante lleva a Valente a asegurar: "Si es siempre dificil o imposible explicar un poema, en este caso se toma
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... cil de explicar incluso por qué nos impresiona tan hondamente esta ocurrencia peregrina de la oveja con nostalgias de lobo. ¿Significa acaso el deseo que todos tenemos de ser lo contrario de lo que somos? ¿Significa el secreto deseo de bestialidad que late en nuestras civilizadas existencias?". Conozco a Manuel Silva Acevedo desde el Instituto Nacional, liceo en el que estudiamos y que en su himno se llama autocomplaciente "el primer foco de luz de la nación". La fama le viene de ser el colegio más antiguo de la República y de haber generado un número considerable de presidentes de Chile. Ya con el discurso inaugural del primer día de clases se les hace sentir a los alumnos que sobre ellos pesa una responsabilidad histórica. "El primer foco" tiene que iluminarlos para acceder a las cimas luminosas del país. Es sabido, sin embargo, que allí donde brilla el sol también encuentra su espacio la sombra. El Instituto no sólo prohijaba altos funcionarios, sino también artistas rebeldes. Recuerdo a Manuel SilvaAcevedo como un príncipe de esas sombras. Parecía vivir siempre en Inviemo. Vestía un raído sobretodo que empujaba levemente hacia adelante su flaco esqueleto, y los ojos le brillaban bajo sus pestañas cargadas de humo de cigarrillos y de noches de insomnio. Todo lo que decía era poesía. No me refiero a lo poético como un modo de ornamento de lo real, sino como alumbramiento que mostraba lo real desenmascarándolo. Era un hombre eléctrico y electrizante. El espectáculo del mundo lo conmovía y lo angustiaba: desde la poesía surrealista, pasando por los simbolistas, el Cantar de los Cantares, los antipoetas, los beatniks, los muslos y pestañas de las escolares, las hazañas del "ballet azul" de la Universidad de Chile, los maléficos cócteles de las fiestas adolescentes y los juegos electrónicos de los bares. Era un inconforme y un pesimista profesional. Más que vivir en el país concreto llamado Chile, vivía en un país poético que lo trasladaba portátil, melancólico y locuaz. Con frecuencia las capas telúricas de ambos continentes se desplazaban y se producían en la \~da del poeta depresiones, cismas, arengas nihilistas y revelaciones religiosas que hasta hoy lo sacuden. Podía oscilar entre comerse con apetito de guardabosques un
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