Los grandes lagartos del Zócalo. Reseña sobre la exposición Huellas de la vida: un viaje en la historia de nuestro planeta
Jorge Reynoso Pohlenz
2010
Intervención Revista Internacional de Conservación Restauración y Museología
M uchas personas objetan que en el Zócalo se monten pabellones de exhibición e instalaciones recreativas temporales, ya que impiden una visión diáfana de este espacio tan significativo. Por un lado, las estructuras desmontables, o carpas, que contienen exposiciones y juegos no han establecido relaciones visualmente gratas con el entorno; acaso no era su pretensión. Por el otro, la carpa responde a una tradición venerable: tal vez carezca de la alcurnia de los reservados gabinetes monacales o
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... aciegos, pero, como contenedor de exposiciones, su importancia y su influencia han sido enormes. Recordemos también que nuestra plaza capitalina ha recibido cosas más feas que una pista de hielo o un museo nómada. En suma, como componente singular de la confrontación política y de sus simulacros, el uso recreativo-cultural del Zócalo nos obliga a cuestionar su validez perdurable: más allá de las coyunturas del poder; de la revisión entrañable del pasado, de las ciencias naturales, de la fauna y de la filantropía -sobre todo, de aquella relacionada con la infancia-, opera como una suerte de talismán positivo, aparentemente ajeno a cualquier orientación ideológica. Como éste es un recurso frecuente en los espectáculos públicos patrocinados gubernamentalmente desde la toma de La Bastilla, al Gobierno del Distrito Federal (GDF) no podríamos endosarle una culpa original. En lo tocante a los espacios públicos mexicanos, en la actualidad no existen las condiciones o mecanismos de acuerdo social para que su uso se legitime o valide a satisfacción de todas las partes involucradas; incluso resulta complejo determinar a los sectores involucrados, su reconocimiento institucional o su grado de injerencia. En ese contexto, la oportunidad es del que la toma, del que tiene los recursos para establecerla, y, en el presente caso, el GDF la tomó: promociona Huellas de la vida: un viaje en la historia de nuestro planeta, y, por esta ocasión, no fue aparente el velado interés privado en el esquema de patrocinios. Confieso que me encaminé a la exposición con ciertas reservas: suponía encontrarme con un espectáculo efectista, de artificios animatrónicos, que eximirían al público de cualquier ejercicio de imaginación reconstructiva. Que pueda representarse una idea del pasado a partir de la reconstrucción de sus despojos, es un ejercicio imaginativo dejado muchas veces a la sombra; el reflector se reserva para templos vueltos a ensamblar por manos invisibles y por medio de algo llamado ciencia, que se enuncia más como una serie de hechos (irrevocables) que como un proceso humano. Los animatrónicos no podían faltar, pero el público no llega a ellos, afortunadamente, sino hasta que recorre las salas relacionadas con los despojos: el trabajo del paleontólogo. Sin embargo, la paleontología se expone de una manera que a buena parte del público le parecerá tediosa, pero que es necesaria
doi:10.30763/intervencion.rev1_art16
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