CULTURA Y CIENCIA: NECESIDAD DE SU APROXIMACIÓN

Marticorena Benjamín, Castillo
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La matemática en el Egipto antiguo fue un ejercicio práctico, con escasas abstracciones, relacionado con la agrimensura. Hay indicios de un instante no registrado por la historiografía, donde el griego Thales, siendo huésped de los sacerdotes del Nilo, fundó el método deductivo que es el método científico por excelencia y que consiste en aproximarse a la verdad yendo de lo general a lo particular: se enuncia una norma de carácter general que se va legitimando progresivamente con cada aplicación
more » ... exitosa a casos particulares. Un solo caso de incumplimiento de la norma pondrá en duda su universalidad y competencia para explicar el mundo y será puesta en estricta observación hasta su derrumbe fatal y sustitución por una norma alternativa que no presente ése ni otro bache previsible o, alternativamente, hasta su triunfal reconfirmación por prueba de fraude en la aplicación fallida. Thales sería, con esto, el fundador de la matemática y de la ciencia moderna. El célebre teorema de Pitágoras fue probablemente conocido en sus términos prácticos, pero no en su enunciado general y demostrable mediante la lógica formal, por todas las civilizaciones hidráulicoarquitectónicas de la antigüedad como la Egipcia, China, Andina e Hindú. Pitágoras, discípulo de Thales y numen de la Orden Pitagórica, que unía Filosofía, Matemática, Arte y Política en una cosmogonía totalizadora, acudió a instancias de su maestro a agradecer a los sacerdotes de Egipto por haber tendido la alfombra sobre la cual la ciencia moderna dio sus primeros pasos. La ciencia nació como ejercicio estético. La armonía de las esferas es, en Platón -doscientos años después de estos hechos-un concepto pitagórico; el mundo inmutable y perfecto, matemático y artístico. Su contemplación y conocimiento eran la finalidad misma de la vida. Ciencia y Cultura iban reunidas en una única indagación para comprender y para estar en el mundo. En la Edad Media, a causa del crecimiento de la población, se estableció una competencia beligerante por los mismos espacios entre comunidades en los vastos territorios del mundo conocido y amenguó el espíritu especulativo; pero no se separaron ciencia y cultura. Aquélla continuó siendo, sin suspicacias, parte de ésta. La brusca y artificiosa desavenencia se produjo al entrar el siglo XVII. Al Discurso del Método de René Descartes, que fue un programa de modernidad y progreso, siguió el proceso romano contra el florentino Galilei para oponerse a la interpretación científica del mundo que estaba causando turbulencias en la cosmogonía oficial. El resultado del desencuentro es una perla de esquizofrenia que ya dura cuatrocientos años: se habla de una cultura científica y de otra no científica. A la primera se vinculan las ciencias naturales, la matemática y la lógica. A la segunda, las humanidades, las ciencias sociales y el arte. Tanta longevidad para un malentendido se explica por la implicancia de los productos intelectuales de la ciencia en la economía y a la instrumentalización de la naturaleza por parte de las fuerzas productivas. La ciencia da un nuevo gran salto desde finales del siglo XIX, con la electrodinámica de Maxwell y la termodinámica de Boltzman, zócalos sobre los que se asentarán, en las primeras tres décadas del siglo XX, las teorías de la relatividad y la mecánica cuántica, columnas de la ciencia actual y, a la vez, consistente material para la filosofía y la comprensión del mundo. La relatividad del tiempo y, probablemente también, su carácter cuántico, la incertidumbre esencial sobre los valores de los observables físicos, la descripción del origen del universo y las leyes de la genética conmueven en tal grado las bases de nuestros conocimientos, que hoy no se puede continuar separando ciencia de cultura, sino que deben ser reconocidas como dos ámbitos de la creatividad humana, vinculados preferente, pero no exclusivamente, a la racionalidad y a la emotividad, respectivamente. El retorno a la reunión de ciencia y cultura es una exigencia de la modernidad. La ciencia y sus productos, caminando solos, crecen desorientadamente. Sus vínculos con la economía, a través de las tecnologías, la hacen aparentemente fuerte por sí sola. Sin embargo, bien sabemos que así como las aplicaciones de la ciencia pueden ser muy constructivas para mejorar la vida de los individuos y las comunidades pueden también ser muy destructivas, cuando no son empleadas dentro de los marcos de un contrato social aceptado por una colectividad educada y cívica. El proceso de creación humana tiene racionalidad y emotividad que sólo una abstracción artificial y perniciosa ha podido escindir. La gran agenda del siglo XXI es, tal como señala un reciente documento de la UNESCO, la reunión de la ciencia y la cultura hasta el punto de fusión.
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