Tertulias en la Biblioteca

Ana Cairo
unpublished
En octubre de 1967, matriculé en la Escuela de Letras y Arte de la Uni-versidad de La Habana. Entonces se vivía sin calendarios docentes rutina-rios. Por ejemplo el curso 1969-1970, comenzó en noviembre; se dio un mes de clases y se partió para la gran za-fra, o el trabajo social y se regresó en mayo; se reanudó en junio el curso y se transitó casi sin vacaciones por los dos semestres. En el curso 1971-1972, el profesor Ro-berto Fernández Retamar inauguró con mi grupo una asignatura monográfica
more » ... so-bre José Martí. La bibliografía esencial la constituían las Obras completas (veinti-siete tomos). Además, cada alumno ten-dría que consultar otros tipos de libros para elaborar un trabajo investigativo. En los encuentros, él entregaba una lista de lec-turas (siempre bastante extensa), por lo que resultó necesario prorrogar la dura-ción de la asignatura a dos semestres, para cumplir los objetivos cualitativos. Por la cercanía a la escuela de Letras, las ventajas del horario (de lunes a sá-bados de ocho de la mañana a once de la noche, y los domingos en la sesión matutina), la Biblioteca Nacional era muy visitada por nosotros. Los estudiantes de los años 60-70 ne-cesariamente desarrollaban múltiples habilidades, porque había pocos libros. Grupos completos debían leer las mis-mas obras en un mínimo de tiempo. Se utilizó la modalidad de "cooperativas" donde se hacía un inventario preciso de ejemplares en cada biblioteca pública, y se organizaba una cola estricta de tur-nos para leer. En ocasiones, para tex-tos de consulta adicionales, se dividían los materiales a fichar y se intercambiaban; también se macanografiaban, conferen-cias (prestadas por los profesores) y se recirculaban dentro del grupo. Todos los alumnos trabajaban cuatro horas diarias (de lunes a viernes) en prácticas profesionales y en la sesión contraria, o recibían clases o prepara-ban materiales para las asignaturas, sin contar el tiempo que se destinaba a re-uniones y a otras "tiñosas" (en argot estudiantil). Como yo realizaba una práctica profe-sional en la Casa de las Américas por las mañanas, solía utilizar su biblioteca por las tardes, para de esa manera ga-nar tiempo. Las obligaciones de lectura del monográfico sobre José Martí, me lleva-ron a conformar una tercera sesión (la tade-noche) en la Sala Cubana de la Bi-blioteca Nacional, donde estaban en un estante pequeño-en acceso libre-las Obras completas y una amplia gama de publicaciones y libros afines. Además, a pocos metros de la misma, se encontra-ba la Sala Martí, donde Cintio Vitier, Fina García Marruz y Teresa Proenza, labo-raban con un entusiasmo permanente en ayuda de cualquier visitante.
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